Revisando correos antiguos me encontré esta joya que me regaló en su oportunidad mi amiga Thais Vivas. Gracias.
Hoy como ayer encaja en mi corazón.
Si quieres buena compañía ama tu soledad
- Dr.Gabriel Jorge Castellá
Esto está planteado con un doble sentido. Ambos benéficos.
1) La soledad no es aislamiento, ni abandono, ni huida de los demás. Implica el encuentro íntimo, fecundo, pleno de matices y siempre enriquecedor con uno mismo. Encuentro que permite bucear y comenzar atisbar las insondables honduras de nuestro ser. Y también, empezar a vislumbrar sus cumbres más altas. Buceo y ascenso que debe ser guiado por el amor a uno mismo.
Amar la soledad es ingresar en la senda siempre fértil del amor a sí mismo.
El ser humano es un ser vincular. Nadie crece y se desarrolla en total aislamiento. La paradoja es que, como acabamos de ver, nadie puede, sólo por sí mismo, llegar a ser el mismo. Los múltiples vínculos que fueron -y van- nutriendo nuestra existencia resultaron -y resultan- imprescindibles para alcanzar la cima de nuestra propia identidad.
El amor a sí mismo potenciado en la intimidad de la propia soledad permite recrear y destilar la esencia del amor recibido en cada uno de los vínculos fundantes de nuestro SER PERSONA.
Como ya vimos, estar vivos es la señal de haber recibido amor. Nuestros padres y aquellos que nos cuidaron con ternura nos los transmitieron. Y, a ellos, a su vez, les fue donado por sus padres, y/o personas que los cuidaron. Que a sí mismo lo recepcionaron de sus padres y aquellos otros seres que les brindaron cobijo y así, hasta y desde los albores mismos de la humanidad.
Si, como se especula y calcula, el ser humano tiene un millón de años, hace, entonces, todo este tiempo que el amor se viene decantando, filtrando y destilando para brindarle a cada uno sus gotas más puras. Yaciendo ellas en las entrañas más íntimas y esenciales de nuestro ser. Como el agua que baja de la montaña que se purifica con el filtrado en las distintas napas para ser entregada cristalina y nutricia.
Lo deslumbrante y paradójico es que amarse a sí mismo es recrear, rememorar, recuperar, reconocer y reencontrarse con todos y cada uno de esos vínculos llenos de amor, que pueblan nuestra memoria personal y ancestral. En el amor a sí mismo se halla implícito la reminiscencia de todo el amor que por generaciones se fue cimentando y transmitiendo.
Se desprende de esto que amar la soledad y amores a sí mismo es encontrar la propia compañía y reencontrar la compañía de los vínculos preexistentes antes descritos.
En síntesis, amar la soledad es encontrar el silencio para deleitarse con las mejores notas y la música más sublime de nuestro propio espíritu. ¡Y vaya que es compañía!
2) Cuando uno ama su soledad y encuentra en ella la propia compañía está en condiciones ideales para establecer un vínculo sano, genuino y auténtico, es decir armónico, con los demás.
Si uno busca estar con otros, desde el temor de encontrarse (en realidad desencontrarse) aislado, huyendo de sí mismo, repele y por ende aleja a los demás.
La comunicación humana se establece desde y en distintos niveles. Uno de estos niveles es afectivo, no verbal, principalmente inconsciente, telepático.
Quien busca la compañía de otros seres humanos desde el malestar consigo mismo, huyendo de sí mismo, transmite lo malo que es estar con él. Aunque lo que pretenda sea lo opuesto, lo que promueve, el mensaje que transmite es: "aléjense de mí", "soy un pelmazo" (Como decía Gian Vicenzo Gravina: "El pelmazo es un individuo que le priva a uno de su soledad sin brindarle compañía"). Y, como es lógico y coherente, la gente obra en consecuencia. Así queda y se siente más aislado.
En cambio si ama su soledad, y se siente bien consigo mismo, irradia paz. Ejerce un poderoso polo de atracción hacia él. El mensaje subliminal que transmite es "acérquense", "conmigo se van a sentir muy bien". En estas condiciones es muy difícil que el vínculo no resulte armónico y la compañía resultante no sea edificante para quienes participan de ella.
Tengo a mis amigos en mi soledad; cuando estoy con ellos ¡qué lejos están!
ANTONIO MACHADO
Del libro "Paradojas existenciales" de Gabriel Jorge Castellá